domingo, 26 de junio de 2016

Una docena me hace un cuanto lo siento.

Un tipo me hizo llorar, aunque no lo sienta. La perplejidad de muchas cosas que no nos salen. Un bandoneón que se teclea solo frente a la humanidad de lo que viene. Los violines se hicieron sin trastes. Un fraseo fugaz. Un encuentro fallado pero atonado. Un suspiro por un pudo ser.
La vigilia te espera como la amistad. Aunque un día no tenga nombre. Como las horas que nos hicieron escribirnos como una descripción sobre el fenómeno. La quietud de la voracidad en el sillón. Lo que se perdió. Encerrado por un mundo mejor. Un libro leído sin marcar son tantos. Un cuchillo sin filo para tu audiencia. Ojalá una risa sin marcar. Lo que leía y no sé.

jueves, 23 de junio de 2016

Degradé.

Tengo un tema con los prejuicios. Una vez hice un chiste sobre Paulo Coelho y alguien me sacó la chaveta sin los grandes intocables popes del pensamiento. Y me hizo track la cabeza. Porque no había tantas distancias, pese a que las sigo leyendo lavadas y estamos en tiempos que todo es preparado con timers.
Como algunos cuentos, canciones, slogans y lo instantáneo de la vida. Esto antes demandaba otras distancias, vivencias y daba muchas más vueltas. Lo que dura un parpadeo es casi un párrafo.
Para bien, regular o mal. Algunas viejas fórmulas funcionan todavía por arriba de procesos que llevaron éxitos que duran cada vez menos. Nada clásico o posmoderno. Buscar con herramientas que antes se usaban y no generaban tanto conflicto en las nubes que compartís en tu terapia.
"Hay gente que suelta las cosas demasiado rápido", me lo pregunto y lo balbuceo para no decirlo.

sábado, 18 de junio de 2016

Cafetero como acento.

"Todos se quejan de sus papás" y no los entendía. Fue la primera terapia familiar sobre mi viejo. Quise decir en pasado que todos estaban en contra de algo que para mí en ese momento me faltaba. Mi viejo tuvo un accidente cerebrovascular en 1987. Todo lo que era brillos y lentejuelas, en mi adolescencia fueron turbias. Por otras razones.
Mi papá no se escondió. Su cabeza dijo basta ya y sin querer, se quedó en una cama. Para muchos de la familía era extraño. Mi vieja en una horas nos dijo lo que pasaba. Cinco por ciento de posibilidad de vida. No hay hielo antes de eso. Comunicar en la propia privacidad que todo nuestro regocijo se nos fue a la mierda.
Hay algo que hizo mi viejo después que lo operaron es que preguntó por su familia. El neurólogo le hizo las pruebas de reflejo. Vivió muchas noches sedado porque trató de sacarse las vendas. Mi mamá le volvió a enseñar a caminar por los pasillos del San Camilo. Y a escribir.
La primera vez que pude ver a mi papá, después de la operación, tenía los ojos en compota. Un Alí sin membresía. Mi papá se libró una batalla menos pensada. Y nos dejó a varios en KO.
Ahora cada vez que veo un mar, algo de él se desperdigó por tantos océanos.
Un hombre lleno de libros pero simple. Una casetera lista para un viaje. Una gota de sudor como lágrima.
Y pienso en los otros papás que tuvimos, sin darnos cuentos antes de irnos a dormir. El que te iba a buscar despúes del colegio y el que se acostaba temprano al lado tuyo para arrancar muy, pero muy temprano.

jueves, 16 de junio de 2016

Cabo Corrientes

Ví varios actos oficiales.De un acorde u otro color. Algunos quedarán en la memoria. Por el largo del discurso nos quedamos. Sin foto. Hoy no nos invitan. Como una propia relación sexual. Ya todos saben y hacen lo que hacen a la hora de qué. Charlar o dormir, según las aplicaciones.
Mi papá se murió varias veces, como testigo de muchas muertes, dice mi psiquiatra. Lo ligo a un García sin instrumentos por tocar. Eso era mi viejo.
Mi papá tuvo una gran compañera, que se bancó muchos chistes de humor negro. Hoy mi vieja no acepta billetes viejos. Se arquean los asientos y es un ruido. Una silla que no se siente igual..
La belleza que reconstruye con  pasado que no lo pensó. Mi teta que está encendiendo luces. Y creyendo que tiene arrugas sabe preguntar por las montañas.
Apagué la tele y encendí la radio. La muerte sabe tener oficios.
Aunque los llores.
Al preguntar por.


sábado, 11 de junio de 2016

Tu sueldo

Nunca pensé ser un oficinista. La verdad que no. Pero los tiempos fácticos me dicen que sí. Empecé de cadete y ahora miro a los mensajeros con cariño cada vez que los veo. Tienen una angustia ajena a que hoy fue ayer, un llegar tarde siempre.
Con el tiempo, como los vinos, empecé a tomárrmelos. No para dejarlos pasar, sino por disfrutarlos. Cada vez que veo a un motoquero tomo otra regularidad, las suyas. Ellos desesperan por la firma de una planilla. Hago tiempos como Treplev antes del tiro y hago preguntas, del tiempo, digamos. No me gusta el fútbol como tema de conversación. Ellos saben muchas más cosas que cualquier periodista de tránsito. Dónde ir cómodo y que no moleste tu corte de calles. La semana pasada supe lo que se vive. El hollín de sus caras.
Los cadetes y motoqueros están en peligro de extinción. Lo que se libraba en un intercambio de palabras frente a un mostrador ahora se resuelve por redes. Ponés tu usuario y contraseña. Una tecnocracía sin medir consecuencias de la misma incomunicación. Los trayectos más largos se resolvieron en par de sonidos de las teclas. Desde Sydney puedo pagar las cuentas de Once en Argentina. Nos hicieron pomada los chips.
Por eso les hago repreguntas a quién me visita. Porque entiendo lo que se nos fue. Creo entender las pizzerias fuera del horario de turno. Ya no puedo tomarme esos privilegios por el mismo trabajo. Un horario full time nos dejó sin vida personal. Todos pendientes de las notificaciones.
Somos maquinitas estructuraditas que tienen un desliz el fin de semana. Se supone de placer. Lo que debería ser para un mensajero un momento de paz. Algunos no, se quedan después de hora en las oficinas por algo tan intangible como el ocio efímero de una oficina. Muchos creen que somos unos vagos levantando olor a culo desde nuestros sillones. Estoy ahí y no puedo entender. Eso, cuando cambio de canal cuando vino un jefe. Y me quedé, con el mismo miedo cuando cerraron los horarios de los bancos y te quedaste en el edificio hasta que acrediten.

viernes, 10 de junio de 2016

No te creo

Hago
resucitaciones,
aunque
me dieron asco
hacerlo.
Como alverse.
en otro
idioma
a los chicos
en tu almuerzo.
Sí,
hablar en otro
idioma
te hago.

Una lumbrí que pensó ser gusano.

Hay algo que me pasa cada vez que tomo conciencia de las limitaciones. No es solamente el hecho de llevar hasta las últimas consecuencias de las cosas. También estoy contemplando otras cosas que solamente se la llevarán mi memoria y mis olvidos cada vez más paulatinos. Cuestiones de la edad, quizá.
Hace tiempo que dejé de sacar fotos. No porque se volvió tan común sino porque no tiene tanto sentido para mí. Es como conciencia del ciego. Hubo períodos de sobre exposición de mi vida, mucho antes de la aparición de las redes sociales. Todos tuvimos una carpeta pública en el MSN. Teníamos plata en una época que sacarse una foto salía una fortuna para muchos. Ahora miro un poco para atrás y desde las redes puedo ver la vida de una persona qué desayunó, trabajó, pensó, comió, reflexionó, citó, salió, bailó, escribió hasta tarde, estudió y tantas cosas que me dan mucha vergüenza ajena en menos de 24 horas. Hace unos días me preguntaron si después de un fondo de ojo podía ver y contesté que hasta podía leer la letra chica. Eso sí es propio de mis limitaciones que se van acomodando dentro de mi propio conformismo. Me pasa con otros sentidos y con mi propia memoria. Podés pasar por un hecho estremecedor y lo tomás como un detalle y un minúsculo segundo se volvió una eternidad. Sorderas y otras... ¡Me olvidé cómo era! Como lecturas. Lo que te demandaba antes menos tiempo para resolver en una página ahora sale por cuenta gotas para que esté todo cocinadito como escritura acorde a los tiempos que corren. Un espíritu de microondas. Ni hablemos de relaciones.
Ayer comenté en mi familia cuánto vivirá mi mascota. Con los cálculos aproximados ya vivió un tercio de su vida y dije que sus cenizas van a ser guardadas hasta que se mezclen con las mías. Pareció exagerado, pero mientras lo iba diciendo iba pensando en la conciencia de mi propia muerte antes que pase mi tercio. Un sudor frío corrió por la mesa familiar. La de mi cabeza que cada vez se va apagando de a poco. He tenido otros agujeros negros en mi vida, que con cada blog que voy dejando en las redes se van rezumbando. Lo que creía volví a desconfiarlo y RECALCULANDO.
Es como una obsesión que no se apaga, que algunos se la toman en serio y otros no tanto como la vida de los otros. ¿Será el sol que nos hace mal?

viernes, 3 de junio de 2016

Un viernes sacó toda descripción.

Obsesiones que no percatás. Olores nauseabundos, y sin embargo, los pasás. Sudores, un vino picado de una semana siguiente, como un saco usado. Muy glitter. Si esos olores se juntan se encuentran en el subterráneo. Un lugar, con audiciones todos los días. Mi carpeta personal la borré en estos días y puse algo nacional. No me gustó y puse un wonder. Si viviese mi sueño.
Cuando bajé del subte, subí las escaleras mecánicas y puse los grandes éxitos de Björk. Un disco muy accesible y con la memoria de lo que recorro ahora como un pasado. Salí del subterráneo y empecé a caminar por la calle Florida, concurrida para cualquier turista como para un simple en Buenos Aires. Ciudadano e inclusive trabajador. Hacía frío, mi garganta me pidió protección frente al frío y puse play.
Empecé por un banco que se llamaba la Banca Nationale del Lavoro cuando era cadete. Hoy es HSBC. Me puse a mi izquierda porque el sol daba mi paso a seguir. Se me ocultaban los ojos frente a tanta luz de un otoño-invierno más que anticipado. Albinos con placer frente a la luz, como oficinista. Las plantas estaban con sus mangueras estratégimante puestas para que den la humedad para una naturaleza bien ignorada. Un pulmón artificial suministrado por caños de plástico para darle agua necesaria. El sol me pegaba como en las montañas. Sin llegar a la cumbre. Y nos detuvimos en la calle Corrientes.
Ropa deportiva, empresarios yuppies y vendedores de medias e ignotos esperábamos a que cambie de color el semáforo. Algunos en silencio mirando los visores de los celulares. Otros a los gritos para calentar otras falanges. Algunos, como yo, hacíamos tiempo como los muertos sin ir a los shoppings con los auriculares. Cambió para verde la personita. Cruzamos.
La compilación de Björk me llevó a otras llanuras, sin tantas plantas. Me puse sus raros peinados nuevos para su tiempo. Ahora son dos lápices con un rodete que se representa en una geisha. Empecé a ver el caminar de las mujeres de mi ciudad. Traté de ver sus cadencias, sus diferencias. Apliqué los modelos de las modelos para que nos vean los culos. Es inútil si llevás un abrigo con este frio. Endulzamos sin que nos vean.
Llegué a Córdoba y fui camino a mi trabajo.
No tengo mi memoria para el rock nacional y con mis pendrives no alcanzaban para llenarlo. Sin suspiro, negué fuerte con mi cabeza a la vista de todos y bajé por el lado del CEMA. Promocionan economía, marketing y administración de empresas. A mi edad y ganas, quedan muy lindos como vitrinas. Vistas y visitadas. Como una vida sin mí.
Hoy no cobré y hay que arreglarse con el almuerzo. Me fui al chino por kilo. Mezclé frituras, era viernes. Puse patitas de pollo y papas fritas. Regué los pollitos con limón concentrado. Pagué y me fui a la oficina y me senté frente a la computadora. Todavía no tengo red. Uso la pc de la supervisora de la mañana. Por error dejó su sesión abierta y vi mis búsquedas a través de ella. Menos mal que no comenté nada, como un acto paranoide. Cerré e inicié con mi sesión.
Abrí el paquete de las patitas, aunque se doblaba el plástico del envase. En comunicación, es claro que no se usa lo que necesitás. Nos bloquearon el Facebook. Mi compañera no llegó.