sábado, 23 de diciembre de 2017

Something (Tribeca Mix)

Todo eso que
uno hace
para que
se escuche
en casa.

Good Lovin'

 by RPA & The United Nations Of Sound

PD: Cuando dejamos las ventanas...

martes, 19 de diciembre de 2017

Relato donde toda la gente muere

"Al principio, la gente solía detenerse brevemente en la calle, con un sentimiento ingenuo, mezcla de admiración y envidia, para observar las antenas que comenzaban a aparecer sobre los techos. Estaban formadas por unas simple varilla vertical cortada en el extremo por una horizontal más corta.
Quedaba bien, sustituyendo las antiguas veletas que marcaban el camino del viento, los gallos girando sobre los pivotes; incluso sustituyeron a los gatos o perros de terracota en las casas de los suburbios.  Al ver a los gatos o a los perros, los niños pequeños preguntaban : "¿Son de verdad?", y los tocaban con una suerte de repetida alegría.
Algunos vecinos admiraban sonrientes la aparición de las antenas en las casas cercanas, otros censuraban  el gasto, pero todo se prometían  la emulación  con una determinación feliz. Y era un día de callado regocijo en los adultos, de vocingloreo en los niños (que habían olvidado gatos y perros de terracota), cuando por fin  apareció un técnico, pedía una escalera y la antena quedaba colocada en el punto más alto, triunfalmente, como una marca de una montaña vencida.
Las antenas recogían algo del aire (así imaginaba la gente) y lo transmitían  hacia el interior de las casas. Pero, por supuesto, no recogían polvo ni gotas  de lluvia sino personas en un estado que podría llamarse de gracia o ideal. Sí, las antenas cosechaban personas del aire y las llevaban  bajo los techos, ubicándolas en sitios convenientes, no en el pasillo o en la puerta de calle sino en el comedor o en el dormitorio; irrumpían desde la pantalla de un brillante aparato y resultaba imposible rechazarlas, no prestarles atención. Siempre contaba historias intrigantes o divertidas, y cuando se dirigían directamente a quien los observaba, por lo general un señor anónimo, de poco fuste hasta el momento, requerían complicidad con la sonrisa en los labios.
De este modo, la gente dejó de estar sola dentro de las casas, donde había vivido peleándose, haciendo el amor, comiendo, sintiéndose molesta incluso cuando algún vecino venía a pedir un favor a la hora de la comida o del sueño y no se marchaba rápidamente. Pero con el aparato creció la tolerancia, no fue necesario importunar a su vez, salir, hablarse, darse cuenta, justo en el momento de la comprensión, de que los otros resultaban extraños. Así, antes un hombre arrojaba una piedra al azar, y la piedra caía siempre en el ojo de alguno, pero ahora podía arrojar todas las piedras que quisiese con absoluta tranquilidad: nadie recibiría el impacto, esto si se le hubiera ocurrido lanzar piedras en lugar de tener las manos mansamente plegadas sobre el regazo. La gente se reunía en las habitaciones y observaba; sentía a los suyos cercanos y el corazón conocía por fin  el sosiego  de saberse excluido de las desdichas del mundo, despojado incluso de las propias desdichas. El aparato aportaba a ese centro, a ese nudo cerrado de seres, la vida como debía ser, desalojaba la nostalgia. Inmóviles-salvo el ávido parpadeo sobre las pupilas, el temblor de los oídos recogiendo sonidos-, los niños jugaban a vigilantes y ladrones, las parejas al amor, los pobres a los ricos y los ricos al desencuentro.
Todos se sentían mucho más felices que antes, a excepción  de los que trabajaban  para que los otros recibieran imágenes e historias en sus casas; esos experimentaban una decepción palpable. No bastaba actuar, se hallaban demasiado conscientes  porque debían cambiarse de ropa, maquillarse, recordar la letra, los gestos. Solo esporádicamente podían sentarse a su turno y desdoblarse (no importaba si en los mismos que habían sido), sustituirse, olvidarse. En cierta forma se sentían estafados por ellos representaban a los magos y quedaban fuera de la magia. Sin embargo, contra toda lógica pero con entera certidumbre, esperaban un aparato autónomo donde ya no serían necesarios porque repetiría eternamente los episodios de todo lo que forma la vida después del nacimiento, es decir, el canto, la pena, la muerte del primer hijo y el nacimiento del primer hijo...; una vida increíblemente rica y completa, sin que contara para nada del mismo y penoso del tiempo exterior que conduce a la muerte. No,  el tiempo solo correría allí, dentro del aparato, libre de las cronologías como en la poesía más pura.
Largas y complicadas antenas dibujaron  redes de pescadores sobre los techos, tocándose, entremezclándose sin dejar filtrar el sol, apenas la lluvia. La gente concluyó por alegrarse de que afuera reinara también una penumbra descansada. Comprendía que llovía, por encima de las antenas, debido a cierta atmósfera húmeda que invadía los cuartos, por los resfríos más frecuentes que se curaban solos, como si ni siquiera la enfermedad pudiera hacer presa de nadie. Debajo de los asientos creció un poco de musgo, suave al tacto como un terciopelo, y luego cayo inadvertidas zonas opacas en la madera. Desapareció el musgo y no fue sustituido por nada porque incluso la lluvia dejó de caer. Todo tiene un sentido o aparenta tenerlo, ¿y para quién la lluvia o para quién? El hambre se transformó lentamente en una felicidad  o una pesadilla de otros tiempos. Los campos se reencontraron en un sabor áspero y salvaje que pertenecía, más que ningún otro, a la tierra.
Los hombres y las mujeres seguían inmóviles. El cuerpo no es más fuerte que el alma, el alma estaba sentada, absorta y el cuerpo no hacía más que acceder a todo, como siempre. Las mujeres comprendieron  que eran mejores  de lo que ellas  habían supuesto, porque dejaron de preocuparse por minucias, de comentar la vida de los otros e incluso alegrarse discretamente por las desgracias ajenas como solían hacer mientras se compadecían. Y los hombres,  de intereses más amplios y ambiciosos, renunciaron  a ellos apáticamente, concentrados  tan solo en la vida contada.

Los niños se movían  a veces mientras las madres los chistaban sin volver el rostro. Se agitaban al compás de la música:"¡Ooooh!, ¡oaaay! ¡aaaaoyh!", demasiado inquietos aún, con la energía de la infancia, provocando en el ánimo de los padres uno de los últimos sentimientos, el fastidio por ese movimiento  que los distraía. Algunos, los que tenían a los niños sentados a sus pies, se inclinaban, sin desviar el rostro del aparato, y les tanteaban los cabellos, que se habían vuelto largos y frágiles, con la mano ya sin forma procuraban sujetarlos por los hombros. Luego, por algún motivo, los niños se fueron quedando quietos, cada vez más quietos en la semioscuridad, mientras los padres se concentraban  en los huéspedes hasta olvidarlos. Hubo excepciones: algunos quisieron preguntar como antes: "¿comiste?", "¿tomaste la leche?" pero temieron la respuesta y callaron. Los niños podían decir: "no", o "quiero la leche", con esa cansadora cantinela que les fue propia en un tiempo, recordada súbitamente. No quería enfrentar ninguna penosa disyuntiva, por eso, aún los padres mejores o más desaprendidos con los huéspedes, se contuvieron y callaron, sorprendidos y felices por ese estado de paz absoluta  que reinaba en la habitación. Sin levantarse, se inclinaron y trataron de tantear nuevamente para saber si los niños seguían allí, pero las manos servían de poco y el gesto, realizado como en sueños, ciego, no les aclaró nada. Los niños desaparecieron o crecieron, imposible conocer lo sucedido porque en ese momento una  de las personas sonreía a todos y decía:

"Usted, querido, que nos está mirando...".

(Griselda Gambaro, El desatino, 1964)

Bachelorette by Björk

domingo, 10 de diciembre de 2017

Cada vez que los escuche como un llamado

Son canciones que tienen un recorrido. Hay un montón de sonidos que lo tienen y sin embargo me las reservo en la intimidad. Hace unos años me fui de viaje y fui encontrando otras cosas que me pasaban en mi vida. Cuando estoy solo y empiezan a remixarse con audios que me traen a la memoria. BeachBall de REM es una canción maravillosa pero a mí me trae situaciones de quiebre. Caminar en un pueblo fuera de las temporadas. Con cierto optimismo. Como me puede pasar con Luscious Jackson con Fever In Fever Out. Lo que sigue en un poco más de media hora.
Cuando empezás algo de nuevo, aunque no parezca, que no se note para levantar sospechas. Estos años empecé a ver que no se necesito de mi propia opinión para tener resultados, buenos, malos,   regulares y pobres. Parte de esta historia también lo decide otro. Aunque se queden pendientes. Encontré otras voces fuera de mi cabeza ante los inminentes finales. Vivo cada vez más afuera de mi propia casa. Un lugar dramatúrgico que se escribe en nuestra vida. Otras posturas ante el pesimismo. Una ironía afectada, como un siempre adjetivo.
Dejé en parte lo autorreferencial, porque no tiene mucho sustento. Cuánto has sufrido para contarlo se vuelve innecesario. Hay obras de teatro que se me pegaron como la canción de Marolio y con el paso del tiempo tienen otra independencia. Con sus ciclos vitales, con un aire que las sostienen solas, no necesitan del marketing. Uno puede separarse de ahí sin tanta parafernalia. Una repetición que nos acompaña como cada función a la que le pusimos agallas.
Por eso cada vez que una canción aparece como una sorpresa me dejo llevar por esos sentimientos, que me siguen por esos tiempos. La gracia, lágrimas silenciosas en el lecho.
Esas guitarras acústicas que todavía me suenan entre el ruido.

(Nice Dream) by Radiohead.