viernes, 1 de septiembre de 2017

Un texto se enriquece de a otros.

Lo entendí con el tiempo. Cada vez que leo me encuentro en otro tiempo, en otro lugar. Puede ser en un puesto de atención al cliente, en un cajero o simplemente en un servicio al pasajero en un número que atienden en otro país. No sabemos dar una respuesta certera.
Viví un tiempo que todo era una sola respuesta por asegurarle al otro una satisfacción y se iba feliz porque tuvo un momento en que sí, el señor me dijo que era la forma correcta. De hacerlo. Nos poblamos de fórmulaciones para todo y no sabemos si llegamos a casa o a otro destino. Otra cosa es sentirlo.
Tenés una cita planeada. Compraste las entradas y pasaste con el otro una velada placentera. Después del show comienza el otro espectáculo. Cuando te ves con el otro. Lleno de olores, la piel que le brilla y dudas que no sabés. Y si es propenso a las harinas.
Ahí es cuando la cita no tiene respuesta. Cuántos quilombos tuvo encima para aceptar que lo invites a cenar, afuera del ecosistema, y relajarte por lo menos un rato a masticar eso que los une. La porción de pizza. Dudada.
No sabés con qué salir. Si fuiste de los cercanos o de los lejanos. Si sos un armario poblado de abrigos o me faltan tantas medias para sentirme satisfecho. Nunca se sabe. El tiempo fue más cruel a la hora de decirlo.
Te quedaste solo despues del encuentro para este momento, como los espacios que buscan los escritores. El conflicto interno que te vuelve fácil como opción.
Fuiste, hiciste todo lo que había que hacer y te volviste a casa ¿Asustado? Puedes ser, pero quedó como una buena anécdota. Quien no se ríe lo ve todavía solemne a la hora de saludarte. Como pasa con los tangos. A la hora de caminarlos. Las citas no son atractivas. Porque nunca garcharon y perdieron su objetivo. Siempre entre intentos y escapismos, que de a poco, salieron.