viernes, 21 de julio de 2017

Cuando te quedás solo en otro lado.

Me llené de palabras y no puedo soltarlas. Miedos aparecen como grandes fantasmas cada vez que tengo ganas de escribir o cuando agarro la guitarra como nuevas pasiones. Empiezo a tocar el teclado y se suspende un ojo en mi hombro derecho. Eso me dijo una gitana que me tiró las cartas. Una mujer de avanzada edad y otra de medianos años tiraron tierra sobre mí, me dijo. No creo tanto pero en los hechos sí.
Tengo identidades que se acercan a la teoría conspirativa del brujerío. Como un piropo no fui al grano. Vivo con ese ojo que me observa y le doy de comer como a un loro que me acompaña en mi  pirata visual, porque tengo a Iris vago. Le comento cosas cada vez que me encuentro solo. Lo uso como un bastón en lo persecutorio de tu almuerzo desnudo. Convivir con todo lo que te sale mal y no se entiende qué te estoy tratando de decir.
En algún momento de mi vida comentaba esas cosas con mi mascota como un personaje con quien me desdoblaba. Hasta que empecé a ver otros grados de separación. Una incomprensión que al unísono empezó a hablar. Un Mr. Hyde mental. Los hábitos hicieron un poco que con el trabajo deje esos clavos fríos que me insertaba casi de forma habitual.
Encontré mis lugares más conservadores como tenebrosos que tengo para el otro lado de la tierra que se abre cada vez más. No soporto los progresismo con frase hecha, atractiva para la hinchada. Un individualismo creciente en mi forma de pensar. No compartir eso que vos decís. Sentirlo de verdad, una parte de mi ser. Una sonrisa falsa como si te estuviese escuchando. Pero hay límites en el recorrido histórico. Una heterodoxia para una convivencia frente a la resignación, plagada de conformismos. Una pasividad que me llevó a un silencio para esta tormenta de ideas que me recorren cada vez que veo ese anuncio. La historia es otra allá cada vez que te veo.

Meditar, se tu propio altar, de Gustavo Cerati