Me
pasan cosas con ciertas marcas de cerveza. Me dijeron que la Quilmes está hecha
sin lúpulo y puede ser por eso. Siempre fue de costumbre tomarme una cerveza
Quilmes para el levante. Dejé de hacerlo hace tiempo pero hay varias razones por
eso.
En
algún momento tuve una novia con la que chupábamos mucho. Nadie sabía quién era
Sid o Nancy en la relación. Dos esponjas. Nos cagábamos a palos completamente
escabio. Sonaban los Ramones de fondo y competíamos quién tomaba más. Nos
dejamos los moretones como prueba de amor y odio que nos llevaba. Hasta que
me meó la cabeza con otros planteos. Terminamos.
Al
año, estuve en rehabilitación porque se me había pegado el hábito de guardar las latitas
escondidas detrás del inodoro. Tomaba todos los días y siempre había lugar para otra.
Un amigo me aconsejó que vaya a las charlas de Alcohólicos Anónimos y ahí
conocí el tango como los doce pasos. Tipos que contaban que se habían dejado romper
el culo en pedo, viejas que escondían las botellas vacías en los tachos del
vecino y otros que llegaron a vivir en la calle por el chupi. Duré unos meses.
Creí que podía manejarlo solo. Me di un sorbo de confianza y me agarró el
monito chupabirra.
La
recaída fue un poco más importante cuando arruiné una fiesta de cumpleaños,
cuando todo el mundo esperaba a que me comportase como una persona civilizada.
Me mandé un cagadón importante que no me acuerdo. La relación con una mujer del
jet set con la que salía estaba acabada con quince días de anticipación o antes.
Mis plantones repentinos a las salidas del laburo se volvieron insostenibles.
Me dio varios ultimátums en la puerta de casa y cuando se iba, me fui para el chino
a comprarme las birras. Siempre pensaba una más y no jodemos más.
Y no
jodimos más después de la fiesta. Las personas dejaron de hablarme y creí que
parecía parte de un chiste. No me hablaron ni comentaron qué pasó ahí. Muchos
para bien y otros ya no sé por qué. Una
noche en pedo me acerqué al espejo y vi que mi fisonomía cambiaba. Me veía en
el espejo como Paulo Vilouta pero con labios anchos y con biaba. Me busqué el
saquito gris a cuadros que usé en la fiesta. Cuando me vi, entendí a qué me
refiero cuando te convertís en el mismísimo diablo. Quién te puede hablar así. Di
un giro sobre mi eje como una danza y me dormí con el saco puesto.
Empecé
a cambiar de marcas para ver en qué personaje me iba convirtiendo. Con la
Stella Artois me salía el Perro Santillán y me ponía una bandana en la cabeza.
Salí a cortar calles y varias veces casi me atropellan por las noches. Con la
Stella negra me convertí en un imitador de Ricardo Arjona de algún bar de
karaokes y canté canciones de Sandro con un micrófono de plástico, con el
cigarrillo y los temblores de las manos incluidos. Eso te puede pasar cuando
mezclás con ansiolíticos.
Hace
poco, me agarró un resfrío y me tomé un antifebril con un vaso de vino. Al rato
empecé a notar que me salía una voz carrasposa y me ponía jocoso como agresivo.
Con esa risa maldita. Me fui hasta el espejo y encontré al personaje más
buscado entre los tragos. Con la nariz roja, rompí el espejo cuando tiré la
botella de Latitud 33 contra el vidrio. Logré encontrarme con Emilio Disi.
Ahora sé que me asusto cada vez que me invitan a una fiesta. Con el tiempo te vas volviendo ajeno.
PD: Está bueno recibir críticas sin desmembrarse, diría un amigo.
PD: Está bueno recibir críticas sin desmembrarse, diría un amigo.