domingo, 11 de octubre de 2015

La noche en los bares

Como giré ante su mirada. Fuí en busca de satisfacción momentánea. Me encontré en la barra y pedí una pinta. Me quedé apoyado en la barra a ver qué encontraba. Soy bastante tímido y siempre ando con los rayes químicos que me sostienen. Y él apareció.
-Acá no se puede fumar, pero ¿Tenés fuego?- me dijo y me sonrió.
-Hay un fumadero arriba.- le contesté.
Subimos.
El balcón del bar estaba lleno de gente. Nos predimos unos puchos y charlamos un rato. Hablamos de la música que sonaba en el bar. Coincidimos que no había nada nuevo. Compartíamos los mismos gustos. Como dos pompas en el mismo sitio. Nadie se animaba a dar el primer paso. Al lado se prendieron un porro y se olía a cerveza añeja. Él estornudó.
-Me da un poco de alergía esto.-me dijo
-Hace mucho que no fumo porro. Por prescripció médica. No me molesta que fumen.-le dije.
-Podemos ir a otro lado ¿Te parece?- me retrucó.
-Bueno, dale-
-Vivo acá a unas cuadras ¿Querés venir?- me preguntó.
Bajamos las escaleras. Fuimos caminando por el centro de la ciudad totalmente vacía. Íbamos en medio del silencio de un centro inimaginado. Se nos escuchaban los pasos. Llegamos a la puerta del edificio. Subimos por un ascensor antiguo.
Al entrar al monoambiente, que sin embargo tenía techos altos, abrió una cerveza y puso la música desde la computadora.
-Fijate que te gusta- y se prendió un cigarrillo.
Miré lo que había en su carpeta. Tenía música distribuida por género, artistas y años. Muy meticuloso, como estaba su casa. Un ambiente con un sillón cama y unas mesas ratonas. Una biblioteca tapizada por diarios viejos. Tenía un disco de Cerati. No pude resistirme en pedirle que lo ponga.
-No te veía con esa veta. ¿Querés un vaso?
-Sí, dale- le contesté.
Abrió una cerveza con el encendedor. No lo esperaba de un flaco como él. Era un twink que no esperaba tanta hombría. Tenía las cejas depiladas pero no se afeitaba su barba que le crecía como arbustos en la ruta. Nos sentamos en su sillón cama a escuchar el disco.
Hablamos de bueyes perdidos. Qué hacíamos. Nos divertimos de la rutina que llevábamos. Él se rió cuando me llegaban mensajes al celular.
-Son clippings, no te hagas drama.-le dije.
-¿A esta hora? Que molestos.-me contestó.
-Los aparatos no tienen noches.-le sonreí.
Y sonó Engaña. Se puso a gesticular la letra en lipsync y se me puso encima arriba del sillón. Me cantó la canción entre divertido y perverso. Antes de los coros de Leo García ya estábamos a los besos.
El disco quedó sonando de costado.
Cogimos. Me contó entre puchos que se vino de su pueblo natal y del laburo. Que lo jodían porque era un alien en el trabajo. Por su manera de vestirse, sus gustos. No hay empleados así, me dijo.
-Para mí es tan normal- le dije.
Nos dormimos con las primeras luces de la mañana. El tránsito hacía otros ruidos con la música que quedó en la compu. Quedaron los playlist.
Para el mediodía me mandaron un mensaje por Whatssap.
-¿Dónde estás?-
-Estoy en la casa de Alejandro- mentí.
-En un rato viene Manu a hacer el asado.-me contestó mi hermana.
-Ok.- le contesté.
Estábamos los dos acostados en su sillón cama. Él dormía y le acaricié la espalda para despertarlo. Se lo veía felíz.
-Me tengo que ir.- le dije.
-No me dejes así- me retrucó.
Nos besamos sin tanta pasión. Nos dimos abrazos de oso como rusos en lucha.
-Pasame tu celular- me dijo.
-Te mando un sms y te queda grabado.- y le mandé un mensaje.
-Me llegó. ¿Cómo te llamabas?- me preguntó.
-Agendalo como Javier.- le contesté.
-¿Javier?- me dijo con sorpresa.
-Es un chiste- y le di un beso.
Me acompañó hasta la parada del colectivo en Córdoba y Alem. No nos tocamos por la gente que estaba en la parada. Me tiró un beso como si fuese la última vez que nos veríamos.
Hoy todavía nos mandamos mensajes por las noches de desvelos y arreglamos para hacer la previa.