jueves, 24 de septiembre de 2015

El Rastro

Más allá de la estridencia de los discos que se ponían a prueba, y se reversionaban entre sí, eran muy diferentes para una banda que comenzaba a consagrarse. Babasónicos tocó dos discos enfrentados con todas las paredes que sudaban rock, y estuvimos adelante. A la izquierda del escenario. Casi que los hombros no nos tocaban en el tumulto.
Estaban los simples, que venían de oferta con las entradas. Le regalé uno. Terminó el show y nos fuimos en taxi. Lo pagamos a medias. Me dio la guita de las entradas al pasar como obligada y subimos a su casa.
No hubo sexo. Nos quedamos acostados acariciándonos hasta el amanecer, vestidos sobre la cama.
Aliento contra aliento con una mano que se detenía como juego. Sonaba música de fondo que venía desde el living y el equipo de audio iluminaba la penumbra del departamento. La computadora apagada y sin ganas de fumar. 
Se hicieron las siete y media, y como en mi casa nadie sabía que salía sin volver, me despedí. Nos pusimos las zapatillas y subió el ascensor. Ella se puso las gafas negras y me abrió la puerta.
Me dió un beso en la mejilla.
Esta vez no.
Volví varias veces por el mismo lugar. Beodo y después de alguna fiesta pasado de rosca. Caminé y trataba de parar el tránsito. Me volví enfiestado por el puente de Pringles o por Sánchez de Bustamante. Pasaba y trataba de adivinar la ventana. La que estaba prendida. Creí que así podía esquivar.
Hace poco volví por la puerta de su casa. Después de una obra. Y ahí lo vi al tipo que dormía en la calle.