viernes, 6 de septiembre de 2013

Bajón

Era una charla completamente informal en la montaña, estaban los dos con las hamburguesas en el refugio que calentaban las tripas con el frío exterior entre las nubes. Era un parador donde no iba demasiada gente en temporada. Las pocas personas miraban alrededor a los locos que estaban como locos. Risas y olor a chocolate en el barcito dominaban la atmósfera. Por la ventana se veía a los soleados picos nevados y  las nubes por debajo de los Andes.
Tenían un aparatito nuevo que tenía una base de velador, un cuello giratorio y una cabeza de ojo de gato que servía como cámara para ocultar quién registraba a quién. Se lo ponían en la cara aunque no hubiese ningún visor. Era un capturador independiente, tomaba los focos precisos sin sonido de mecanismos. Un tamagochi, un juguetito nuevo, una especie de ventiladorcito de plástico celeste sin pilas completamente descartable. Se rieron de las cosas que decían protegidos con el objeto. Hablaban puras trivialidades de las que se quieren sonsacar entre dos desconocidos que se conocieron en el viaje. Puras menudencias. Salieron y dejaron pedazos de pan sobre el plato de plástico con restos de papas fritas y ketchup en la mesa de madera del parador.
Se subieron al trineo que alquilaron juntos, continuaban hablándose al oído sin mirarse pecho contra espalda y andando con el deslizador. Parecía que se llevaban a todos por delante. Corrían a las chapas por las pistas de nieve polvo. Por la tarde se disfrutan más los pasajes. Iban tomando mucha velocidad, parecía que no les preocupaba de la dicha en movimiento. Al pasar por las pistas azules y rojas, de libre circulación, levantaban las olas blancas.
Al llegar cerca de una pista que conducía a la base del cerro, vieron que había un grupo de adolescentes de viaje de egresados que estaban jugando con los culipatines y fumando con los guantes puestos que les quemaban los dedos. Todos los trajes azules obstruían el camino. Estaban en un caminito que son las pistas verdes que te salvaguardan cuando te duelen las piernas de esquiar y uno vuelve a paso de bastones. A los gritos de los pibes, los del trineo doblaron porque se los llevaban puestos. Esa decisión los sacó del camino. Los chicos vieron como los del trineo en un santiamén saltaron en la bajada cruzándose de una pista hacía una mas empinada, una negra, sin soltarse del trineo. La pista a la que cruzaron tenía muy inclinación mayor a los 45 grados plus el envión del salto continuaron a mayor velocidad.
Por suerte, se frenaron en un claro en la nieve de un cúmulo de piedras y ramas. No se golpearon porque mas allá de la inercia, el deslizador los protegió de los posibles magullones. Salieron del trineo que quedó medio cachuzo volcado entre las rocas. Se seguían riendo como si no les importara nada. Miraban la situación en la que quedaron y se tiraban de espalda a la nieve a pura carcajada. Se hizo la hora que empiezan a cerrar los medios. Quedaron las siluetas dibujadas sobre la nieve.
Bajaron con el trineo a pie y arrastrándolo porque ya estaban muy cerca de la base y una de los esquíes estaba doblado y se hundía en la nieve al deslizarse. Estaban exhaustos. Les había quedado un poco del barro del deshielo en los pantalones. Al llegar a la base, lo primero que fueron a buscar fue un refugio. El lugar estaba atestado de gente esperando los transfers y los micros para volver al pueblo. A ellos ya no les importaba si volvían tarde, siendo que hace mucho frío cuando baja el sol en la montaña y los cuerpos están calientes de la actividad. Les importó un bledo si tenían que esperar alguna mesa libre. Ni miraron el menú. Pidieron sin titubear. No hay nada más placentero que se haga agua la boca esperando para comer una porción de lemon pie y una taza de chocolate calentito al bajar.