sábado, 8 de abril de 2017

Un lugar en Kissimmee

No siempre uno deja las coronarias en un lugar. Cuando empecé a hacer teatro hace muchos años le encontré una vuelta de tuerca a la vida. Las pérdidas me hicieron hondo para afrontar la realidad sin tanta felicidad. Y el teatro me enseñó en parte a enfrentar mis demonios. Algunos me vencieron, ya. Esa constancia perdida para dedicarme a otra cosa.
Tuve varios profesores y profesoras que me marcaron bastante el corazón en sinergia con mi cabeza. Formas de pensar distintas para abordar la escena. Desde algunos silencios ante cierta desesperación sobreactuada hasta posicionarme a los gritos a poner los pies sobre la tierra a la hora de decir un texto. Y algunas me enseñaron pistas con libros complicados de leer. Los fisgoneé porque los necesito. No se hace uno solo en el andar. Uno acumula para luego en escena vaciarse dijo una vez Osqui Guzmán.
A veces sin comprender se me caen lágrimas antes de llegar y me lo guardo. Me pasó en la van entre Orlando y Miami o en la escala de Lima de regreso a Buenos Aires. Me mantuve despierto con guitarras acústicas. Sin explicarme a dónde podría llegar sin despedirme. Nunca supe su nombre, pero con el paso de los días nos fuimos conociendo y busqué formas inconscientes, aunque lloviese, por volver ahí. No es la primera vez que me pasa por sostener el salto.
Un paso en falso por los lenguajes corporales.

Always. Bon Jovi