viernes, 14 de abril de 2017

Roberto

Me llamó un amigo que vive en Miami. Estuvimos hablando mientras él viajaba en el bus que lo llevaba del trabajo a su casa. Dejó la bicicleta esta vez. La conexión se cortaba en cada parada del micro. Sonaban los tubos y esperé a escuchar de nuevo su voz.
Hablamos de música. Él no estaba bien, por las temáticas que abordamos. Las melancolías y la búsqueda en la sensibilidad artística. Visiones en los diseños de los discos. Cómo se peleó con sus compañero de banda antes de sacar el disco debut. Los cuadros que vendió y les restó importancia. Nietzsche. Hay temas que se omitieron como borrador de la pizarra. Le puse la oreja quizá, sin ponerle tanto mi voz.
Como un intercambio pasado, me dijo nombres de bandas y libros que me pueden interesar. De Ringo, lo riguroso de Sting y los viajes de Cerati en Punta del Este. Me prometió que me mandaba el libro. Intercambiamos textos en su visita a Buenos Aires hace muy poco y le llevé los míos en el verano. En Buenos Aires me sentí ausente pese a que le di mi guitarra de cuerdas de nylon. La de media caja. En la charla me pasó unos fraseos de unas canciones que tocó en casa y no quise escuchar las letras acá por lo que implicaba para mí. Como otro borrador que ponemos en las charlas. Cada uno pudo ver la desnudez de sus propias casas en cada viaje.
El diálogo se cortó mientras él picaba algo en su habitat individual. Hay diferencias horarias y no recordaba cúal era el huso. No retomamos porque se quedaba sin batería en su celular.
Cené y me quedé pensando en su deseo a que lo acompañe al Glastonbury. Me acordé de una postal de Soda antes que grabaran Signos.
En la charla me contó cómo fue su primer show de Soda Stereo. En el Superdomo de Mar del Plata. Cuando dejaba séptimo grado como el único varoncito entre sus hermanas que se iban al circo o a la peatonal. Alguien lo acompañó sin darse cuenta, me contó.

Corazón Delator, Soda Stereo.