viernes, 30 de septiembre de 2016

Son espejismos que aumentan la sed



Me pasan cosas con ciertas marcas de cerveza. Me dijeron que la Quilmes está hecha sin lúpulo y puede ser por eso. Siempre fue de costumbre tomarme una cerveza Quilmes para el levante. Dejé de hacerlo hace tiempo pero hay varias razones por eso.
En algún momento tuve una novia con la que chupábamos mucho. Nadie sabía quién era Sid o Nancy en la relación. Dos esponjas. Nos cagábamos a palos completamente escabio. Sonaban los Ramones de fondo y competíamos quién tomaba más. Nos dejamos los moretones como prueba de amor y odio que nos llevaba. Hasta que me meó la cabeza con otros planteos. Terminamos.
Al año, estuve en rehabilitación porque se me había pegado el hábito de guardar las latitas escondidas detrás del inodoro. Tomaba todos los días y siempre había lugar para otra. Un amigo me aconsejó que vaya a las charlas de Alcohólicos Anónimos y ahí conocí el tango como los doce pasos. Tipos que contaban que se habían dejado romper el culo en pedo, viejas que escondían las botellas vacías en los tachos del vecino y otros que llegaron a vivir en la calle por el chupi. Duré unos meses. Creí que podía manejarlo solo. Me di un sorbo de confianza y me agarró el monito chupabirra.
La recaída fue un poco más importante cuando arruiné una fiesta de cumpleaños, cuando todo el mundo esperaba a que me comportase como una persona civilizada. Me mandé un cagadón importante que no me acuerdo. La relación con una mujer del jet set con la que salía estaba acabada con quince días de anticipación o antes. Mis plantones repentinos a las salidas del laburo se volvieron insostenibles. Me dio varios ultimátums en la puerta de casa y cuando se iba, me fui para el chino a comprarme las birras. Siempre pensaba una más y no jodemos más.
Y no jodimos más después de la fiesta. Las personas dejaron de hablarme y creí que parecía parte de un chiste. No me hablaron ni comentaron qué pasó ahí. Muchos para bien y otros ya no sé por qué.  Una noche en pedo me acerqué al espejo y vi que mi fisonomía cambiaba. Me veía en el espejo como Paulo Vilouta pero con labios anchos y con biaba. Me busqué el saquito gris a cuadros que usé en la fiesta. Cuando me vi, entendí a qué me refiero cuando te convertís en el mismísimo diablo. Quién te puede hablar así. Di un giro sobre mi eje como una danza y me dormí con el saco puesto.
Empecé a cambiar de marcas para ver en qué personaje me iba convirtiendo. Con la Stella Artois me salía el Perro Santillán y me ponía una bandana en la cabeza. Salí a cortar calles y varias veces casi me atropellan por las noches. Con la Stella negra me convertí en un imitador de Ricardo Arjona de algún bar de karaokes y canté canciones de Sandro con un micrófono de plástico, con el cigarrillo y los temblores de las manos incluidos. Eso te puede pasar cuando mezclás con ansiolíticos.
Hace poco, me agarró un resfrío y me tomé un antifebril con un vaso de vino. Al rato empecé a notar que me salía una voz carrasposa y me ponía jocoso como agresivo. Con esa risa maldita. Me fui hasta el espejo y encontré al personaje más buscado entre los tragos. Con la nariz roja, rompí el espejo cuando tiré la botella de Latitud 33 contra el vidrio. Logré encontrarme con Emilio Disi. Ahora sé que me asusto cada vez que me invitan a una fiesta. Con el tiempo te vas volviendo ajeno.

PD: Está bueno recibir críticas sin desmembrarse, diría un amigo.