sábado, 3 de septiembre de 2016

A veces nos ponemos en el lugar de Juan Morris.

Por marketing podemos hasta romper las copas de plástico como performance. Hay que vender las joyas de la abuela. Me puse anticuado y conservador. Todo tiene que pasar en penumbras y con soliloquios de un monólogo de otro. Para despistarse.
En el fondo, somos los mismos que estimulamos una misma situación, mirada desde otra perspectiva. No hay perdón, nada se borra ni se transforma con el paso de los hechos y el tiempo. Algunos quedamos como víctimas del paso del cursor. Miramos videos viejos de sueños compartidos. Y nos dedicamos a ver, por mucho tiempo, la vida ajena. Como un monasterio acartonado.
Desde que vi a Sartre por primera vez, entendí. Lo que esperabas no era y a quien esperabas aparecer, tampoco. Qué cagada me habré mandado para tanta ficción. Un pedazo de espejo en la tarjeta y el dolor de cuello que no se libera del hiperrealismo para ponerlo como puntos suspensivos.
Mi infierno es infierno de otro, cuando tiene que memorizar textuales y no se relaja, como un abrigo que no dí en algún momento de mi vida. "El que depositó dólares recibirá dólares". No hay tanto mesianismo. Ahora les pondremos tonalizador de canas para las zapatillas que son zapatos. De oficina.