lunes, 23 de junio de 2014

Selfie

Sin ideas. Es claro. Lo siento cuando pongo el procesador de textos. Le pongo la fuente, la justificación. Preparadito todo. Empiezo a escribir, y en cada oración, después de tipear, me corrijo. Borro. Borrado. Todo de nuevo.
La idea me sostiene. No me sale como sacarla sin lectura. Busco un libro. Tengo  las yemas insensibles. Están gastadas de pasarlas por la diapasón. Me queda la mano derecha,  la tonta de la lectura y está cansada. Mi lectura con anteojos se dispersa fácil. Los focos. Se cruzan las páginas derechas e izquierdas. Dislexia bizca.. Le pongo una hoja en blanco enfrentada a la página poblada de atenciones. Anteojeras improvisadas. Reglas nuevas que me aprietan la soga del camino. Ponerte a leer. Prima. Me saco los anteojos. Dejo el libro en el prefacio. Lo tiro abajo del sillón. Busco las comillas en el teclado. Te doy todo.
Pulseo al tipear. Murmuro cuando escribo. Me dejo ganar. Una pincelada de una mano hasta que seque la otra. No pongo otra mano. Braceos. Lijo, otra vez. Me falta el aire. Corrijo el artículo, el sujeto y modificadores. ¿Dónde está el coso en este texto? Pongo el disco. Me agarra fiaca.
Me acuesto en el sillón y miro las manchas sobre el techo. Los espejitos de la araña dan vueltas por las paredes y hacen luces sobre los cuadros. Las texturas sobre los lienzos.
Paro el disco. Desactivo la computadora. Guardo la guitarra. Apago las luces. Me desabrocho el cinturón y en la sombra me salen las ojeras de simular un cráneo.  Me froto sin brillo.  Me salgo un rato.  Vacío.